La primera victoria de los 20 céntimos
Si es cierto que menos es más, la primera victoria real de la protesta
callejera brasileña ha empezado por lo más pequeño: la suspensión de los 20 céntimos de aumento de los transportes en São Paulo y en Río de Janeiro.
Un menos que tiene un enorme valor simbólico, porque había sido la mecha que hizo prender el fuego. Tanto, que trajo de cabeza estos días a las autoridades de Brasil, temerosas de ceder a una protesta sin líderes que podría ponerlos de rodillas ante los gritos de la calle.
Primero aseguraron que no era posible volver atrás. Después, que el Congreso debía aprobar una ley para exonerar de no sé qué impuestos. Al final, la rendición.
Ganaron los 20 céntimos. La protesta forjará ahora un camino para que todas las demás ciudades sigan el ejemplo, aunque es solo el primer paso. Una pancarta decía ayer: “País desarrollado no es aquel donde los pobres tienen coche, sino donde los ricos usan los transportes públicos”.
Ahora exigirán la calidad de los medios de transportes, la seguridad de los que los usan, la puntualidad de sus horarios y el respeto a la dignidad de los ciudadanos que los emplean, ya que a veces parecen transportar ganado y no personas.
Varios expertos en movimientos de masas están afirmando que las reivindicaciones de un movimiento de protesta sin nombre, ambulante, con un rosario de exigencias en sus manos, va a seguir y está llamado a crecer.
Llegarán otras peticiones, que irán desde lo que los pobres sin seguro privado sufren en los hospitales o la precariedad de las escuelas públicas al cáncer de la impunidad que solo lleva a la cárcel y con rapidez a los ciudadanos de a pie y deja libres a los que les sobra nombre y poder para burlar la ley.
Será importante ahora observar la reacción de esas masas a su primera victoria, así como la de los dirigentes políticos ante lo que algunos considerarán una debilidad.
Ni el movimiento podrá querer acortar etapas ni embriagarse con su primera pequeña gran victoria, ni los administradores públicos pueden ahora sentarse tranquilos a beber una cerveza convencidos de que con ese regalo han saciado el hambre del monstruo.
Paradójicamente, esa victoria podría tanto fortalecer el movimiento como debilitarlo. Es un banco de pruebas para los responsables políticos, que deberán saber demostrar cuándo pueden y deben escuchar esas reivindicaciones y cuándo no.
De ese difícil equilibrio del que camina por encima de un hilo tenso dependerá que lo que aún no tiene nombre como fenómeno de protesta, y que es típicamente brasileño, sea capaz o no de ofrecer algo nuevo e inédito: si será una nueva primavera o si todo acabará en agua de borrajas en las que acaben ahogándose los pobres (y a la vez ricos) 20 céntimos de la discordia.
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